El presidente Alberto Fernández -además de estar tocando la guitarra- en su rol mayormente institucional, se ha dedicado a sintonizar bastante sistemáticamente con la vicepresidenta Cristina Fernández en cuestiones judiciales y de política exterior. Siempre tuvo la fantasía de que así ganaba un salvoconducto por sus diferencias de opinión en otros temas y por haber ejercido de a ratos un estilo más soft en su relación con los adversarios del kirchnerismo. Los hechos acontecidos en 32 meses lo han contradicho. Alberto se convirtió para ella en un actor menor de esta obra de teatro.
Esa marginación que logro imponerle Cristina con una habilidad destacable, aislándolo del resto de los actores del oficialismo –aun de aquellos que lo veían a El como un dique de contención originalmente- ha logrado que el foco real se haya puesto sobre Ella y el nuevo ministro de economía. Para bien o para mal, Alberto cuenta poco y nada en los cálculos políticos de la dirigencia. No solo su opinión hoy no pesa, sino que tampoco preocupa mucho lo que pueda querer hacer, eventualmente obstaculizando alguna decisión mayor: se da por supuesto que una “doble Nelson” de Sergio Massa y CFK le terminarán torciendo el brazo, además de la conveniente presión que pudiesen ejercer los gobernadores y otros referentes territoriales.
Esto hace que este juego de poder sea un “té para dos”, ya no de tres (en tanto y en cuanto Massa siga generando alguna expectativa). Este esquema resultante no es muy positivo, pero al menos reduce algo la incertidumbre. La “gran masa” dirigencial peronista está convencida de que no hay otra alternativa que apoyar lo que está haciendo el nuevo ministro, cueste lo que cueste. Daría la impresión que mientras Cristina disciplina a la tropa para lograr solidaridad por el frente judicial, el tigrense está convenciendo mediante tracción a pragmatismo. Las anécdotas son dignas de película italiana: ahora, en la mesa del Frente de Todos, los referentes más radicalizados le consultan al representante del Frente Renovador si está de acuerdo con el texto de cada comunicado…
Muchos se preguntaron esta semana si los anuncios económicos que se van dando sirven para desplazar de la escena a los acontecimientos de Comodoro Py o viceversa. Ninguna de las dos situaciones es cierta, sino que ha dependido mucho del azar y la dinámica de ambas cosas. Los tiempos judiciales no los elige Cristina, ni las novedades de Massa pueden esperar porque los tiempos apremian. Al final de cuentas, ninguna de las dos dimensiones son positivas: por un lado, se vuelve a poner sobre el tapete la eventual corrupción de los gobiernos K, al mismo tiempo que andar cortando partidas presupuestas y enfrentándose con la CGT por las obras sociales tampoco es de mucho agrado.
Mientras CFK le baja línea a su tropa por lo que sucede en tribunales vía redes sociales, finalmente se confirmó la llegada de Rubinstein como viceministro, el Central está recuperando reservas, se van a limitar las importaciones, se pegó un tijeretazo a algunas partidas presupuestarias, se limita la incorporación de personal al Estado y se viene el tarifazo tan anunciado. Los economistas más ortodoxos comentan que, a diferencia de Guzmán, ahora sí se está haciendo un ajuste. La jefa sigue sin comentar nada sobre todo esto y ningún librepensador cristinista salió a la palestra. Esta es otra etapa. Massa no es Alberto. El ministro tiene socios con poder de fuego. No es el grupo Callao.
La inflación es lo que chupa casi por completo la percepción de la sociedad. Comodoro Py, la movilización de la militancia, las temerarias declaraciones de Alberto sobre Alberto Nisman, etc. están lejos de los ciudadanos que hacen largas colas por la falta de colectivos que no estarían cobrando los subsidios a tiempo. Por eso, se debe ser muy cauteloso respecto al impacto político de lo que la tiene a maltraer a la vicepresidenta.
La enorme mayoría de la sociedad tiene una postura tomada hace mucho tiempo sobre Cristina, pues jamás resulta indiferente. Eso hace que el impacto de las noticias judiciales sea relativo. Para el público opositor, CFK es culpable. Para los oficialistas es mayormente inocente, y los que creen en la veracidad de las pruebas en su contra arguyen que “en la política todos roban, Mauricio Macri también robó; por lo menos ella hizo cosas buenas para la gente humilde”. De modo que es muy poco probable que las noticias tribunalicias muevan la aguja de la opinión pública. Demás está decir que la probabilidad de que algún votante indiferente / distraído sobre estos acontecimientos piense favorablemente por Cristina, es muy baja.
En nuestros estudios de los últimos días no hemos observado en el segmento de opinión filo Juntos por el Cambio ninguna mención espontánea respecto al tema corrupción, más allá de la percepción altamente negativa que tengan sobre Ella. De modo que, salvo en los momentos de picos mediáticos, tampoco concita mucha atención en el público opositor. Una sociedad golpeada, con predominio de la incertidumbre y la angustia, tiene muy poca energía para algo que exceda a su cotidiano.
Los episodios judiciales de Cristina le dan además una gran oportunidad a Juntos por el Cambio de mostrarse unidos por una misma causa, superando el mal trago de las declaraciones quirúrgicas de Elisa Carrió (¿con aliento de Macri?). Siempre discutir por lo institucional les sale bien. Pero no pueden decir mucho sobre lo económico por 3 razones: 1) la mayoría opositora cree que algún ajuste había que hacer, 2) será difícil que se pongan de acuerdo en el corto plazo sobre su oferta para 2023, y 3) miran con cautela qué sucedería si “ventajita” saca ventaja de esta mega crisis. La tranquilidad coyuntural del dólar blue puede generar intranquilidad a la oposición.
¿Este es otro escenario o la furia de Cristina confirmará que es el mismo de antes? ¿Habrá que escuchar a Manuel Turizo quien canta que “nada ha cambiado”, o habrá que desempolvar a Gustavo Santaolalla quien hace 50 años entonaba “algo se está gestando”?